domingo, 30 de octubre de 2011

La Princesa y el Sapo

Había una vez una princesa que era muy pero muy soñadora. Siempre estaba en las nubes. Y nadie la bajaba de ahí, y algunas veces hablaba sola y otras veces pensaba que capaz que algún día sus sueños se harían realidad.


Pero no siempre los sueños se hacen realidad, un día le pasó lo más extraño se encontró con un sapo que hablaba.
-¡No te acerques!- Le dijo ella
y el le dijo - ¡No te asustes, no voy a hacerte nada! Solo soy un sapo que habla-
¿Qué quieres?, dijo ella.
Y el le dijo -Quiero un beso tuyo para volver a ser humano.
-¡No, que asco no puedo besar a un sapo!-dijo ella.
¿Por qué? Si en realidad yo soy un príncipe, dice el sapo.
-No, no te creo. Cómo un sapo como vos va a ser un príncipe.
-¿Qué no crees en la magia?-dijo el sapo.
Sí, dijo ella.
Y el dijo - entonces besame -
Y ella dijo - está bien - y lo besó.

En ese momento algo pasó, el eo sapo se convirtió en un apuesto príncipe. Y ella dijo -¡Entonces era verdad!


Muy pronto se casaron y vivieron elices por siempre...

La Cenicienta

Había una vez un gentilhombre que se casó en segundas nupcias con una mujer, la más altanera y orgullosa que jamás se haya visto. Tenía dos hijas por el estilo y que se le parecían en todo.
El marido, por su lado, tenía una hija, pero de una dulzura y bondad sin par; lo había heredado de su madre que era la mejor persona del mundo.
Junto con realizarse la boda, la madrasta dio libre curso a su mal carácter; no pudo soportar las cualidades de la joven, que hacían aparecer todavía más odiables a sus hijas. La obligó a las más viles tareas de la casa: ella era la que fregaba los pisos y la vajilla, la que limpiaba los cuartos de la señora y de las señoritas sus hijas; dormía en lo más alto de la casa, en una buhardilla, sobre una mísera pallasa, mientras sus hermanas ocupaban habitaciones con parquet, donde tenían camas a la última moda y espejos en que podían mirarse de cuerpo entero.
La pobre muchacha aguantaba todo con paciencia, y no se atrevía a quejarse ante su padre, de miedo que le reprendiera pues su mujer lo dominaba por completo. Cuando terminaba sus quehaceres, se instalaba en el rincón de la chimenea, sentándose sobre las cenizas, lo que le había merecido el apodo de Culocenizón. La menor, que no era tan mala como la mayor, la llamaba Cenicienta; sin embargo Cenicienta, con sus míseras ropas, no dejaba de ser cien veces más hermosa que sus hermanas que andaban tan ricamente vestidas.
Sucedió que el hijo del rey dio un baile al que invitó a todas las personas distinguidas; nuestras dos señoritas también fueron invitadas, pues tenían mucho nombre en la comarca. Helas aquí muy satisfechas y preocupadas de elegir los trajes y peinados que mejor les sentaran; nuevo trabajo para Cenicienta pues era ella quien planchaba la ropa de sus hermanas y plisaba los adornos de sus vestidos. No se hablaba más que de la forma en que irían trajeadas.
-Yo, dijo la mayor, me pondré mi vestido de terciopelo rojo y mis adornos de Inglaterra.
-Yo, dijo la menor, iré con mi falda sencilla; pero en cambio, me pondré mi abrigo con flores de oro y mi prendedor de brillantes, que no pasarán desapercibidos.
Manos expertas se encargaron de armar los peinados de dos pisos y se compraron lunares postizos. Llamaron a Cenicienta para pedirle su opinión, pues tenía buen gusto. Cenicienta las aconsejó lo mejor posible, y se ofreció incluso para arreglarles el peinado, lo que aceptaron. Mientras las peinaba, ellas le decían:
-Cenicienta, ¿te gustaría ir al baile?
-Ay, señoritas, os estáis burlando, eso no es cosa para mí.
-Tienes razón, se reirían bastante si vieran a un Culocenizón entrar al baile.
Otra que Cenicienta les habría arreglado mal los cabellos, pero ella era buena y las peinó con toda perfección.
Tan contentas estaban que pasaron cerca de dos días sin comer. Más de doce cordones rompieron a fuerza de apretarlos para que el talle se les viera más fino, y se lo pasaban delante del espejo.
Finalmente, llegó el día feliz; partieron y Cenicienta las siguió con los ojos y cuando las perdió de vista se puso a llorar. Su madrina, que la vio anegada en lágrimas, le preguntó qué le pasaba.
-Me gustaría... me gustaría...
Lloraba tanto que no pudo terminar. Su madrina, que era un hada, le dijo:
-¿Te gustaría ir al baile, no es cierto?
-¡Ay, sí!, -dijo Cenicienta suspirando.
-¡Bueno, te portarás bien!, -dijo su madrina-, yo te haré ir.
La llevó a su cuarto y le dijo:
-Ve al jardín y tráeme un zapallo.
Cenicienta fue en el acto a coger el mejor que encontró y lo llevó a su madrina, sin poder adivinar cómo este zapallo podría hacerla ir al baile. Su madrina lo vació y dejándole solamente la cáscara, lo tocó con su varita mágica e instantáneamente el zapallo se convirtió en un bello carruaje todo dorado.
En seguida miró dentro de la ratonera donde encontró seis ratas vivas. Le dijo a Cenicienta que levantara un poco la puerta de la trampa, y a cada rata que salía le daba un golpe con la varita, y la rata quedaba automáticamente transformada en un brioso caballo; lo que hizo un tiro de seis caballos de un hermoso color gris ratón. Como no encontraba con qué hacer un cochero:
-Voy a ver -dijo Cenicienta-, si hay algún ratón en la trampa, para hacer un cochero.
-Tienes razón, -dijo su madrina-, anda a ver.
Cenicienta le llevó la trampa donde había tres ratones gordos. El hada eligió uno por su imponente barba, y habiéndolo tocado quedó convertido en un cochero gordo con un precioso bigote. En seguida, ella le dijo:
-Baja al jardín, encontrarás seis lagartos detrás de la regadera; tráemelos.
Tan pronto los trajo, la madrina los trocó en seis lacayos que se subieron en seguida a la parte posterior del carruaje, con sus trajes galoneados, sujetándose a él como si en su vida hubieran hecho otra cosa. El hada dijo entonces a Cenicienta:
-Bueno, aquí tienes para ir al baile, ¿no estás bien aperada?
-Es cierto, pero, ¿podré ir así, con estos vestidos tan feos?
Su madrina no hizo más que tocarla con su varita, y al momento sus ropas se cambiaron en magníficos vestidos de paño de oro y plata, todos recamados con pedrerías; luego le dio un par de zapatillas de cristal, las más preciosas del mundo.
Una vez ataviada de este modo, Cenicienta subió al carruaje; pero su madrina le recomendó sobre todo que regresara antes de la medianoche, advirtiéndole que si se quedaba en el baile un minuto más, su carroza volvería a convertirse en zapallo, sus caballos en ratas, sus lacayos en lagartos, y que sus viejos vestidos recuperarían su forma primitiva. Ella prometió a su madrina que saldría del baile antes de la medianoche. Partió, loca de felicidad.
El hijo del rey, a quien le avisaron que acababa de llegar una gran princesa que nadie conocía, corrió a recibirla; le dio la mano al bajar del carruaje y la llevó al salón donde estaban los comensales. Entonces se hizo un gran silencio: el baile cesó y los violines dejaron de tocar, tan absortos estaban todos contemplando la gran belleza de esta desconocida. Sólo se oía un confuso rumor:
-¡Ah, qué hermosa es!
El mismo rey, siendo viejo, no dejaba de mirarla y de decir por lo bajo a la reina que desde hacía mucho tiempo no veía una persona tan bella y graciosa. Todas las damas observaban con atención su peinado y sus vestidos, para tener al día siguiente otros semejantes, siempre que existieran telas igualmente bellas y manos tan diestras para confeccionarlos. El hijo del rey la colocó en el sitio de honor y en seguida la condujo al salón para bailar con ella. Bailó con tanta gracia que fue un motivo más de admiración.
Trajeron exquisitos manjares que el príncipe no probó, ocupado como estaba en observarla. Ella fue a sentarse al lado de sus hermanas y les hizo mil atenciones; compartió con ellas los limones y naranjas que el príncipe le había obsequiado, lo que las sorprendió mucho, pues no la conocían. Charlando así estaban, cuando Cenicienta oyó dar las once y tres cuartos; hizo al momento una gran reverenda a los asistentes y se fue a toda prisa.
Apenas hubo llegado, fue a buscar a su madrina y después de darle las gracias, le dijo que desearía mucho ir al baile al día siguiente porque el príncipe se lo había pedido. Cuando le estaba contando a su madrina todo lo que había sucedido en el baile, las dos hermanas golpearon a su puerta; Cenicienta fue a abrir.
-¡Cómo habéis tardado en volver! -les dijo bostezando, frotándose los ojos y estirándose como si acabara de despertar; sin embargo no había tenido ganas de dormir desde que se separaron.
-Si hubieras ido al baile -le dijo una de las hermanas-, no te habrías aburrido; asistió la más bella princesa, la más bella que jamás se ha visto; nos hizo mil atenciones, nos dio naranjas y limones.
Cenicienta estaba radiante de alegría. Les preguntó el nombre de esta princesa; pero contestaron que nadie la conocía, que el hijo del rey no se conformaba y que daría todo en el mundo por saber quién era. Cenicienta sonrió y les dijo:
-¿Era entonces muy hermosa? Dios mío, felices vosotras, ¿no podría verla yo? Ay, señorita Javotte, prestadme el vestido amarillo que usáis todos los días.
-Verdaderamente -dijo la señorita Javotte-, ¡no faltaba más! Prestarle mi vestido a tan feo Culocenizón... tendría que estar loca.
Cenicienta esperaba esta negativa, y se alegró, pues se habría sentido bastante confundida si su hermana hubiese querido prestarle el vestido.
Al día siguiente las dos hermanas fueron al baile, y Cenicienta también, pero aún más ricamente ataviada que la primera vez. El hijo del rey estuvo constantemente a su lado y diciéndole cosas agradables; nada aburrida estaba la joven damisela y olvidó la recomendación de su madrina; de modo que oyó tocar la primera campanada de medianoche cuando creía que no eran ni las once. Se levantó y salió corriendo, ligera como una gacela. El príncipe la siguió, pero no pudo alcanzarla; ella había dejado caer una de sus zapatillas de cristal que el príncipe recogió con todo cuidado.
Cenicienta llegó a casa sofocada, sin carroza, sin lacayos, con sus viejos vestidos, pues no le había quedado de toda su magnificencia sino una de sus zapatillas, igual a la que se le había caído.
Preguntaron a los porteros del palacio si habían visto salir a una princesa; dijeron que no habían visto salir a nadie, salvo una muchacha muy mal vestida que tenía más aspecto de aldeana que de señorita.
Cuando sus dos hermanas regresaron del baile, Cenicienta les preguntó si esta vez también se habían divertido y si había ido la hermosa dama. Dijeron que sí, pero que había salido escapada al dar las doce, y tan rápidamente que había dejado caer una de sus zapatillas de cristal, la más bonita del mundo; que el hijo del rey la había recogido dedicándose a contemplarla durante todo el resto del baile, y que sin duda estaba muy enamorado de la bella personita dueña de la zapatilla. Y era verdad, pues a los pocos días el hijo del rey hizo proclamar al son de trompetas que se casaría con la persona cuyo pie se ajustara a la zapatilla.
Empezaron probándola a las princesas, en seguida a las duquesas, y a toda la corte, pero inútilmente. La llevaron donde las dos hermanas, las que hicieron todo lo posible para que su pie cupiera en la zapatilla, pero no pudieron. Cenicienta, que las estaba mirando, y que reconoció su zapatilla, dijo riendo:
-¿Puedo probar si a mí me calza?
Sus hermanas se pusieron a reír y a burlarse de ella. El gentilhombre que probaba la zapatilla, habiendo mirado atentamente a Cenicienta y encontrándola muy linda, dijo que era lo justo, y que él tenía orden de probarla a todas las jóvenes. Hizo sentarse a Cenicienta y acercando la zapatilla a su piececito, vio que encajaba sin esfuerzo y que era hecha a su medida.
Grande fue el asombro de las dos hermanas, pero más grande aún cuando Cenicienta sacó de su bolsillo la otra zapatilla y se la puso. En esto llegó la madrina que, habiendo tocado con su varita los vestidos de Cenicienta, los volvió más deslumbrantes aún que los anteriores.
Entonces las dos hermanas la reconocieron como la persona que habían visto en el baile. Se arrojaron a sus pies para pedirle perdón por todos los malos tratos que le habían infligido. Cenicienta las hizo levantarse y les dijo, abrazándolas, que las perdonaba de todo corazón y les rogó que siempre la quisieran.
Fue conducida ante el joven príncipe, vestida como estaba. Él la encontró más bella que nunca, y pocos días después se casaron. Cenicienta, que era tan buena como hermosa, hizo llevar a sus hermanas a morar en el palacio y las casó en seguida con dos grandes señores de la corte.






sábado, 29 de octubre de 2011

el patito feo

Como en cada verano , a la Señora Pata le dio

por empollar y todas sus amigas del corral

estaban deseosas de ver a sus patitos, que

siempre eran los mas guapos de todos. 

Llego el dia en que los patitos comenzaron a

abrir los huevos poco a poco y todos se

juntaron ante el nido para verles por

primera vez.
Uno a uno fueron saliendo hasta seis

preciosos patitos , cada uno acompañado por

los gritos de alegria de la Señora Pata y de

sus amigas. Tan contentas estaban que

tardaron un poco en darse cuenta de que un

huevo , el mas grande de los siete , aun no se

habia abierto.
Todos concentraron su atencion en el huevo

que permanecia intacto , tambien los patitos

recien nacidos, esperando ver algun signo de

movimiento.
Al poco, el huevo comenzo a romperse y de el

salio un sonriente patito , mas grande que sus

hermanos , pero ¡oh , sorpresa! , muchisimo

mas feo y desgarbado que los otros seis...
La Señora Pata se moria de verguenza por haber

tenido un patito tan feo y le aparto de ella con el

ala mientras prestaba atencion a los otros seis.
El patito se quedo tristisimo porque se empezo a

dar cuenta de que alli no le querian...
Pasaron los dias y su aspecto no mejoraba , al

contrario , empeoraba , pues crecia muy rapido y

era flaco y desgarbado, ademas de bastante

torpe el pobre..
Sus hermanos le jugaban pesadas bromas y se

reian constantemente de el llamandole feo y torpe.
El patito decidio que debia buscar un lugar donde

pudiese encontrar amigos que de verdad le

quisieran a pesar de su desastroso aspecto y una

mañana muy temprano , antes de que se

levantase el granjero , huyo por un agujero del

cercado.
Asi llego a otra granja , donde una anciana le

recogio y el patito feo creyo que habia encontrado

un sitio donde por fin le querrian y cuidarian , pero

se equivoco tambien , porque la vieja era mala y

solo queria que el pobre patito le sirviera de primer

plato. Y tambien se fue de aqui corriendo.
Llego el invierno y el patito feo casi se muere de

hambre pues tuvo que buscar comida entre el hielo

y la nieve y tuvo que huir de cazadores que

querian dispararle.
Al fin llego la primavera y el patito paso por un

estanque donde encontro las aves mas bellas que

jamas habia visto hasta entonces. Eran elegantes ,

graciles y se movian con tanta distincion que se

sintio totalmente acomplejado porque el era muy

torpe. De todas formas, como no tenia nada que

perder se acerco a ellas y les pregunto si podia

bañarse tambien.
Los cisnes, pues eran cisnes las aves que el patito

vio en el estanque, le respondieron:
- ¡Claro que si , eres uno de los nuestros!
A lo que el patito respondio:
-¡No os burleis de mi!. Ya se que soy feo y flaco ,

pero no deberiais reir por eso...
- Mira tu reflejo en el estanque -le dijeron ellos- y

veras como no te mentimos.
El patito se introdujo incredulo en el agua

transparente y lo que vio le dejo maravillado.

¡Durante el largo invierno se habia transformado en

un precioso cisne!. Aquel patito feo y desgarbado

era ahora el cisne mas blanco y elegante de todos

cuantos habia en el estanque.
Asi fue como el patito feo se unio a los suyos y

vivio feliz para siempre.


los tres cerditos

Había una vez tres cerditos que eran hermanos, y se fueron por el mundo a buscar fortuna. A los tres cerditos les gustaba la música y cada uno de ellos tocaba un instrumento. El más pequeño tocaba la flauta, el mediano el violín y el mayor tocaba el piano...
A los otros dos les pareció una buena idea, y se pusieran manos a la obra, cada uno construyendo su casita.
- La mía será de paja - dijo el más pequeño-, la paja es blanda y se puede sujetar con facilidad. Terminaré muy pronto y podré ir a jugar.
El hermano mediano decidió que su casa sería de madera:
- Puedo encontrar un montón de madera por los alrededores, - explicó a sus hermanos, - Construiré mi casa en un santiamén con todos estos troncos y me iré también a jugar.
El mayor decidió construir su casa con ladrillos.
- Aunque me cueste mucho esfuerzo, será muy fuerte y resistente, y dentro estaré a salvo del lobo. Le pondré una chimenea para asar las bellotas y hacer caldo de zanahorias.

Cuando las tres casitas estuvieron terminadas, los cerditos cantaban y bailaban en la puerta, felices por haber acabado con el problema. De detrás de un árbol grande surgió el lobo, rugiendo de hambre y gritando:
- Cerditos, ¡os voy a comer!
Cada uno se escondió en su casa, pensando que estaban a salvo, pero el Lobo Feroz se encaminó a la casita de paja del hermano pequeño y en la puerta aulló:
- ¡Soplaré y soplaré y la casita derribaré!
Y sopló con todas sus fuerzas: sopló y sopló y la casita de paja se vino abajo. El cerdito pequeño corrió lo más rápido que pudo y entró en la casa de madera del hermano mediano.
De nuevo el Lobo, más enfurecido que antes al sentirse engañado, se colocó delante de la puerta y comenzó a soplar y soplar gruñendo:
- ¡Soplaré y soplaré y la casita derribaré!
La madera crujió, y las paredes cayeron y los dos cerditos corrieron a refugiarse en la casa de ladrillo del mayor.El lobo estaba realmente enfadado y hambriento, y ahora deseaba comerse a los Tres Cerditos más que nunca, y frente a la puerta bramó:
- ¡Soplaré y soplaré y la puerta derribaré! Y se puso a soplar tan fuerte como el viento de invierno

Sopló y sopló, pero la casita de ladrillos era muy resistente y no conseguía su propósito. Decidió trepar por la pared y entrar por la chimenea. Se deslizó hacia abajo... Y cayó en el caldero donde el cerdito mayor estaba hirviendo sopa de nabos. Escaldado y con el estómago vacío salió huyendo hacia el lago
Los cerditos no le volvieron a ver. El mayor de ellos regañó a los otros dos por haber sido tan perezosos y poner en peligro sus propias vidas.


jueves, 27 de octubre de 2011

Caperucita Roja

Una niña recibe de su madre el encargo de llevar una cesta a su abuela enferma que vive en el bosque, advirtiéndole que no hable con desconocidos. Pero por el camino se encuentra un lobo y se para a hablar con él, dándole detalles de lo que va a hacer.
El lobo aprovecha para engañar a caperucita y llegar antes a casa de la abuelita, a quien se come, y luego ocupa su lugar para engañar a caperucita y comérsela también. Afortunadamente, un leñador que andaba por allí descubre al lobo durmiendo tras su comida, y rescata a caperucita y su abuelita de la tripa del lobo, sustituyéndolas por piedras que hacen que el lobo se ahoge al ir a beber al río.